lunes, 10 de noviembre de 2014

Un año menos




Toc, toc, toc… toc, toc, toc… -Estoy durmiendo- toc, toc, toc, toc, toc, toc… El dolor de cabeza y dormir en un litera no me ayudan a llegar rápido a abrir la puerta.

-Felicidades.

No me lo esperaba: allí estaba Elena con un pastelito y una vela encendida.

-¿Qué haces aquí?

-¿No lo ves? felicitarte.

-Bueno.

-¿Vas a soplar la vela?

Entonces soplo la vela con pocas ganas.

-¿Ahora puedo ducharme?

-Se nota que anoche hubo fiestón.

-Sí, me emborraché solo en casa.

-Jajaja…

Mientras me ducho con una gran abulia pienso en qué hacer después. ¿La mando a casa? ¿le invito a un café? ¿cocino algo? No, no tengo ganas de cocinar.

-¿Nos vamos a pillar una pizza?

-Mejor vamos al griego que hay aquí al lado.

-Vale, pero no sé si está abierto. 

Cuando llegamos pide mesa para cuatro.

-También vienen Antonio y Alba.


En ese momento me creo la imagen de ella mandando mensajes a toda la gente que se había olvidado de mi cumpleaños, intentando movilizarla para evitar que pase el día encerrado en casa solo. Ya sé que todo el día va a ser una gran improvisación para intentar maquillar el olvido, para intentar no quedar mal. Me los imagino pensando “¡Mierda, hoy es el cumpleaños de Jess!”.

No intento esconder mi depresión y hoy hace un día espléndido: al buen tiempo, mala cara. Y así va pasando la tarde: vamos a tomar unas cervezas y Alba y Elena buscan una excusa para ausentarse. Antonio se queda con el papelón de quedarse con el suicida en potencia. Al cabo de unos cuarenta minutos aparece Diego. Por lo que se ve él no está en el ajo. Cuando Antonio le suelta que hoy es mi cumpleaños, no sabe cómo reaccionar, al final me felicita.

Vamos a la plaza a sentarnos en un banco con unas birras del pakistaní. Y después de un rato, ya de noche, llegan cuatro o cinco amigos como hormiguitas, algo dispersas pero en fila. Uno lleva una tarta y en cuanto arriban le colocan una vela. No les dejo que canten la horrible canción y soplo la llama lo antes posible. Que empiece el pastel quien quiera, a mí me da igual. Después de una media hora me toca empezarlo a mí. Ya tengo hambre y ese trozo y las birras van a ser mi única cena. Nadie demuestra mucha felicidad, pero tampoco tristeza, están confundidos, no saben cómo tienen que actuar conmigo. Yo solo quería estar solo en casa.

Después de un rato Elena decide que es el momento y saca el regalo: un libro. Me da pereza abrirlo. Yo no quería ningún libro más. Tengo muchísimos libros pendientes, pesan mucho en la maleta y ya me han regalado más de una vez libros que ya tenía o que me había leído. Recuérdame que te odie de Alex de la Iglesia ¿Acaso será una indirecta? ¿realmente quieren que los odie? además lo han comprado hoy, domingo, en una famosa cadena de librerías, sabiendo lo que yo pienso de comprar los festivos y de las grandes franquicias. Al menos éste no lo tengo. Estoy harto de tragar. No quiero estar allí, no quiero ese regalo, ahora tengo todavía más ganas de emborracharme solo.

La gente se va yendo poco a poco y yo también, y mientras vuelvo a casa me acuerdo de una extraña llamada que me pasó Antonio de Roberto:

-Hola.

-Hola, ¿qué tal la fiesta de ayer?

-Bien, con mucha gente del sur.

-Ah, vale.

Y después un silencio extraño de unos diez segundos. Y mi cabeza sigue dando vueltas por si sola. A nadie le importo lo suficiente como para que me organice una fiesta, a nadie le importo lo suficiente como para convencer a la gente para que me hagan un regalo de verdad, a nadie. Sólo le importo lo suficiente a Elena para recordar mi cumpleaños y yo soy tan gilipollas que ni se lo agradezco. En fin, un año menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario