miércoles, 6 de junio de 2018

Los seres anteriormente conocidos como cigüeñas

Imagen sacada de aquí


Las cigüeñas ya no se van en invierno,
aguantan el frío
para alimentarse
con nuestra basura
                   en los vertederos,
rebuscan entre nuestros despojos
algo para convencerse
de que es mejor quedarse
que marchar al sur.

Ya no saben
dónde está su casa
ni el significado de la palabra regresar.

Las cigüeñas ya
no se van en invierno,
aguantan estancadas
en un cielo de fango,
con los ojos ateridos
a un paisaje infectado,
buscando su sombra
en medio de la oscuridad,
gangrenándose el pico
de tanto escarbar
en los desechos de nuestra memoria,
registrando nuestros vestigios de ayer
en busca de algo que les haga olvidar el rumbo a África,
algo que borre
el camino que tantas veces
                             trazaron
a través del aire,
algo muerto que engullir
para no pensar
que bajo el vertedero
había una charca
          donde guarecerse del hambre,
que ahora yace bajo toneladas
       de arrogancia humana.

Las cigüeñas ya no
       se van en invierno,
ya ni siquiera merecen
ser llamadas cigüeñas.
Son visiones destrozadas,
carroñeras de nuestros errores
que se mezclan con los efluvios de la ciudad,
son apenas una mancha de lo que fueron,
espectros sobre el campanario
que crotoran crujidos
frente a las cruces afiladas
por el rayo y el viento,
son siluetas agrietadas
como la piel de la sequía,
que ya no patrullan el cielo,
           sino que vagan
como globos de helio perdidos
en la boina de contaminación,
bebiendo el humo de los tubos de escape,
que siembran sus zancos como antenas,
que asumen el gris del hollín
                    como propio
y se sumergen
en las entrañas de nuestra inhumanidad
hasta ahogarse.

Pobres cigüeñas,
que por culpa de nuestra basura
han conocido el frío,
pobres cigüeñas
que por nuestra culpa
han olvidado el camino al sur.