En Rímini no suele nevar, por muy al norte que esté esto no deja de ser el Mediterráneo y cada nevada aquí se convierte en todo un acontecimiento. Como si no fuera suficiente que nevase una vez a la orilla del mar, nieva copiosamente dos veces en el mismo invierno. Para mucha gente era la primera vez que veían el Arco de Augusto con los hombros y la cabeza completamente cubiertos de nieve, o la playa bajo una colcha blanca (una imagen que está a años luz de la misma playa en verano), la mayoría de los niños no habían hecho nunca un muñeco o una guerra con bolas de nieve y los numerosos ciclistas de la ciudad no se desenvolvían tan bien como de costumbe con los pedales. Pero a los que ha pillado más de sorpresa esta irregularidad meteorológica es a los árboles, especialmente a los pinos y demás árboles de hoja perenne.
Los pinos no están acostumbrados a esta precipitación tan pesada. Lo que ellos se esperan es un verano muy caluroso y un invierno bastante lluvioso. La lluvia se agradece mucho, resbala por la copa recorriendo y limpiando cada aguja para después caer al suelo y apagar la sed de las raíces, pero la nieve... la nieve se aloja sobre cada hoja y sobre cada rama y así estos brazos , acostumbrados a soportar únicamente algún día de viento, de un día a otro se ven sosteniendo todo el peso del cielo.
Para mí el acontecimiento no era ver las calles blancas, sino el día después ver las calles llenas de grandes ramas caídas de los árboles mutilados.
El peso del cielo...
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